No podría decir exactamente cuánto, pero sé que ha pasado mucho tiempo desde que estoy así. Así, tan solo, desde aquel lejano día en que aquella bala perforó mi corazón y dejé de ser. Sin embargo, estoy aquí, contemplando a estos niños en un rincón de la casa que supo ser mía alguna vez, mientras padezco mi soledad. Sin amigos que me ayuden, sin familia, sin hogar.
Los miro, esta vez con más detenimiento. Sus sonrisas destilan calidez, y sus ojos, vida. A través de mis lágrimas los observo y recuerdo con nostalgia aquella época en que yo brillaba de ese modo. Ni yo en aquel momento, ni ellos hoy, conocen el dolor, la tristeza y el horror que hay, ahora, dentro mío.
Es tan triste estar tan solo... Los niños ya han ido a acostarse, y la pareja se prepara para hacer lo mismo. La mujer termina de levantar la mesa, mientras el muchacho apaga las luces. Ambos caminan hacia la habitación, cerrando la puerta tras ellos. Yo sigo solo.
Repentinamente, una melodía me invade. No la reconozco, pero siento que la he escuchado alguna vez. La melodía continúa sonando dentro de mí. Ahora, la distingo. Pertenece a la que era mi canción preferida. No puedo evitar cantar. En susurros, voy llenando el aire de la casa con melancolía. El hombre se asoma por la puerta del cuarto. ¿Me habrá oído? Cierra la puerta y vuelve a acostarse. Aparentemente, no ha notado mi presencia. Sigo cantando. Ahora es la niña quien sale llorando de su habitación, y corre hacia sus padres. ¿Qué es lo que pasa?
Ya ha amanecido. Sigo aquí, solo, como siempre. ¿Por qué hay tantas maletas en el living? ¿A qué se debe la ausencia de la risa infantil? Definitivamente, hay algo extraño aquí. Los veo salir de las habitaciones, parecen muy asustados. Cada uno toma una maleta. Abren la puerta principal, la cruzan, y cierran con llave. ¿Adonde van? Miro a mi alrededor. La casa está vacía, se han llevado todo. No volverán.
Se han ido, ellos también. Yo sigo solo. Ya no tengo a quien contemplar. Todos se van, siempre se van.
Es tan triste estar tan solo...
Los miro, esta vez con más detenimiento. Sus sonrisas destilan calidez, y sus ojos, vida. A través de mis lágrimas los observo y recuerdo con nostalgia aquella época en que yo brillaba de ese modo. Ni yo en aquel momento, ni ellos hoy, conocen el dolor, la tristeza y el horror que hay, ahora, dentro mío.
Es tan triste estar tan solo... Los niños ya han ido a acostarse, y la pareja se prepara para hacer lo mismo. La mujer termina de levantar la mesa, mientras el muchacho apaga las luces. Ambos caminan hacia la habitación, cerrando la puerta tras ellos. Yo sigo solo.
Repentinamente, una melodía me invade. No la reconozco, pero siento que la he escuchado alguna vez. La melodía continúa sonando dentro de mí. Ahora, la distingo. Pertenece a la que era mi canción preferida. No puedo evitar cantar. En susurros, voy llenando el aire de la casa con melancolía. El hombre se asoma por la puerta del cuarto. ¿Me habrá oído? Cierra la puerta y vuelve a acostarse. Aparentemente, no ha notado mi presencia. Sigo cantando. Ahora es la niña quien sale llorando de su habitación, y corre hacia sus padres. ¿Qué es lo que pasa?
Ya ha amanecido. Sigo aquí, solo, como siempre. ¿Por qué hay tantas maletas en el living? ¿A qué se debe la ausencia de la risa infantil? Definitivamente, hay algo extraño aquí. Los veo salir de las habitaciones, parecen muy asustados. Cada uno toma una maleta. Abren la puerta principal, la cruzan, y cierran con llave. ¿Adonde van? Miro a mi alrededor. La casa está vacía, se han llevado todo. No volverán.
Se han ido, ellos también. Yo sigo solo. Ya no tengo a quien contemplar. Todos se van, siempre se van.
Es tan triste estar tan solo...